Adrogué, el paraíso perdido de Borges

El autor de la poesía a Rosas escribió también un poema que tituló ‘Adrogué’ y que forma parte del libro El Hacedor (1960). En esa ciudad, cabecera del partido de Almirante Brown, la familia de nuestro escritor tenía una vasta residencia, con grandes patios, cabañas y un molino de viento.

Horacio Raúl Campos

Lomas de Zamora, abr 12 (AUNO) – Borges jugaba y descansaba en una quinta de Adrogué que, por sus dimensiones, se asemejaba a una miniestancia ubicada a escasos kilómetros de la Capital Federal.

En los albores del siglo XXI apenas si se puede sospechar lo que era esa ciudad hace treinta o setenta años, donde algunas familias del patriciado oligárquico tenían allí sus más que dilatadas residencias apacibles, cobijadas por verjas de hierro forjado, con parques y aromatizadas por eucaliptos.

Esos verdaderos ‘paraísos’ estaban también a resguardo de todos los violentos ruidos que tenían como epicentro la Capital Federal, por cuyas calles se movilizaban los obreros producto de la industrialización.

“Nadie en la noche indescifrable tema / que yo me pierda entre las negras flores/ del parque, donde tejen su sistema / propicio a los nostálgicos amores”. Así empieza el poema, en cuyos cuatro primeros versos quedan encerrados la noche, la inmensidad del parque con sus flores y el posible espacio destinado al amor. Todo bajo la metáfora de un ‘paraíso’ perdido.

Ese lugar, apto para la modorra de la clase que mandaba y manda en la República, podía ser propicio para los amores “o al ocio de las tardes, / la secreta ave que siempre un mismo canto afina, / el agua circular y la glorieta, / La vaga estatua y la dudosa ruina”. Lo que posee allí densidad ideológica son los tres primeros versos.

El primero ratifica lo que ya sabemos que hacen los propietarios terratenientes que ‘fundaron’ la Nación; en el segundo, insiste con un tema trillado: la posibilidad de que algo sea para siempre lo mismo (una sociedad, un pueblo, una civilización). Aquí la ideología conservadora se traduce por el canto de un pájaro, que jamás podrá ser el mismo por la sencilla razón de que lo hará de una manera cuando tiene dos meses y de otra antes de morir o simplemente cuando se avecina una tormenta.

En el tercero, reitera su viejo fanatismo por las circularidades, que en este caso es la descripción del agua de un aljibe, que además ofrece la quietud, otro oneroso lugar común borgeano.

Después insiste con otro lugar con el que cansó su literatura: Asocia aquí la profusión de eucaliptos que despiden “ese olor antiguo”. Se sabe que para Borges lo antiguo y en el contexto de la literatura argentina es el siglo XIX, la centuria añorada por nuestro escritor.

Lo “antiguo” para Borges también son las literaturas clásicas, el Imperio Romano, la Odisea y Virgilio, en tanto poeta del poder que le cantó a la vida pastoril. El olor antiguo nombra el tiempo de las quintas, escribe.

Los dueños del ayer

Los propietarios decimonónicos a veces pueden estar contenidos en metáforas, aunque sabemos que cuando Borges incursiona en política (en poesías o prosas) suele ponerse poco metafórico y la reafirmación de su dogma pastoril deja de ser sueño: “Duermen del otro lado de las puertas /aquéllos que por obra de los sueños / son en la sombra visionarios dueños / del vasto ayer y de las cosas muertas”. La ideología estanciera está expuesta con todo su esplendor en esos cuatro enfáticos versos.

Los dueños del vasto ayer (el mundo oligárquico del siglo XIX) son también propietarios “de las cosas muertas”: Leemos allí un lamento, tal vez sería mejor decir un vagido, por lo que ya no está, aunque esos dueños de la cosas siempre se encuentran trabajando para la restauración del vasto ayer.

Lo fundamental, más allá de los gemidos lacrimógenos, es que para la ideología estanciero- agroexportadora, es que las cosas muertas no están del todo muertas porque “duran, y cada cual tiene su historia”, aunque todo esto ocurre “en esta suerte de cuarta dimensión, que es la memoria”, aclara.

Está claro que el paraíso perdido borgeano todavía pervive en la memoria. (Diríamos que no sólo en la memoria, porque de alguna manera o de todas maneras, se encuentra también en el mundo de la experiencia real que informa a la ficción).

“En ella y sólo en ella están ahora / los patios y jardines. El pasado/ los guarda en ese círculo vedado / que a un tiempo abarca el véspero y la aurora”, escribe. “Ella”, es la memoria, que es una metáfora de la historia oficial urdida por el mitrismo y que nuestro escritor la pinta como un “círculo vedado”.

Si la memoria, que guarda las cosas muertas del vasto ayer y que son la historia, está vedada o cercada, entonces no se la puede contradecir o revisar, aunque de sobra se la revisó. Pregunta después “¿Cómo puede perder / aquel preciso orden de humildes y pequeñas cosas, / inaccesibles hoy como las rosas / que dio al primer Adán el Paraíso?”. Leemos otros de los motivos borgeanos, causa de sus miedos y también de los temores de los de su clase social: el “Orden”.

Su sagacidad le hace escribir dos adjetivos calificativos “humildes” y “pequeñas” que tienen como meta generar una corriente de simpatía hacia él y a los propietarios que defiende. Los de su clase social, aunque él no era un acaudalado estanciero, no eran precisamente humildes y mucho menos tenían “pequeñas cosas”. Se trata de una mentira nada poética, que bajo ningún punto de vista tiene correlato con la experiencia del mundo político y económico.

“El antiguo estupor de la elegía / me abruma cuando pienso en esa casa / y no comprendo cómo el tiempo pasa, / yo, que soy tiempo y sangre y agonía”, escribe al culminar el poema. Que la elegía lo abrumase es apenas un falso pedido de disculpa. Todos sabemos que la elegía bien puede ser definida como poesía de lamentos por lo perdido.

Así fue que Borges homenajea esa ciudad por medio de una cuarentena de versos y fija allí sus gustos literarios, solloza por un pasado pastoril superado, escribe sobre las inútiles circularidades (acercándose otra vez a la ideología del eterno retorno de lo mismo), insiste con su rechazo por los espejos y versifica en torno a la ociosidad de su clase social. Adrogué, en tanto ciudad, es sólo una metáfora de la ideología traducida en el Sur borgeano.

Bibliografía
Jorge Luis Borges, ‘Adrogué’, Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 2010, volumen 2, pp. 234-235.

AUNO 12-04-14
HRC

0 comentarios en «Adrogué, el paraíso perdido de Borges»

  • A veces me pregunto si usted no alberga una profunda envidia hacia el escritor argentino Borges. Lamentable el medio que utiliza para sublimar su resentimiento político. El descrédito de una obra literaria no alcanza para ocultar su radical clasismo y cae en lo mismo que critica. Reducirla a un análisis mezquino y mediocre cargado de impotencia partidaria solo habla de su profundo malestar. Sería bueno que analizara sus fantasmas, mirase un poco a su alrededor y de paso tratara de hacer buen periodismo. Mis respetos.

    • Horacio Raúl Campos dice:

      Estimada Alejandra Torre. Jamás podría envidiar a alguien que dijo que nunca había sido feliz. Lo demás es crítica literaria. La crítica ayuda a conocer más. Sólo trato de poner en evidencia lo que realmente dice JLB en un poema. Pero de eso hay en toda su lit. Esto te va a gustar: https://auno.org.ar/leer-a-borges/
      Gracias por tu comentario
      Atte.
      Horacio Raúl Campos.

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